lunes, 13 de octubre de 2008

Cronica de un encuentro sin anunciar

Y ahí estaba yo...

El reloj marcaba las 12:10 de la madrugada cuando decidimos entrar a una taquería con la intención de saciar el hambre ocasionada por horas y horas de gritar, cantar y tomar cerveza. Bajamos del auto observando la peculiaridad de un letrero naranja encendido que anunciaba “Tacos de 1 peso”. Abriéndonos paso entre la gente que esperaba en la entrada también su comida logramos por fin ver el interior de un descuidado local.

La vida es una cosa muy extraña, y por más que insistas en decir que lo has visto todo, ella siempre encontrará la manera de sorprenderte en el momento más adecuado… o el más inadecuado, si sueles ser tan obtuso y rebuscado como yo!.

Después de un día de compartir historias propias en un fugaz viaje al pasado; después de escuchar el pasado ajeno, y sentirme más cerca de aquellos amigos extraños, un instante de mi pasado me alcanzó en el presente.

Al fondo de aquél local, compartiendo la mesa con 2 amistades, vislumbré al rostro del destino mostrando como siempre su mejor sonrisa, mientras trataba al igual que yo, de disimular su sorpresa al verme entrar por aquella puerta.

Cabe señalar que ninguno de los dos tuvimos demasiado éxito, pues nos delató esa mirada fija, constante y perturbadora que aparece cada que nuestros caminos se cruzan de manera ocasional. Y es que durante breves instantes de tiempo, el destino juega a repetirme esta broma absurda una y otra vez.

Trabaja en un súper mercado al que acudo con mis padres mes a mes para comprar la despensa. Desde la primera vez que nos vimos, la historia se repite de forma exasperante. Clavamos nuestras miradas como cuchillos, pero sin detener de ninguna manera nuestra propia actividad. Por breves instantes de tiempo no hay nadie más alrededor, hasta que alcanzo el final del pasillo, doy la vuelta, y nos perdemos de vista. “¡Hasta la salida entonces!”.

Durante la despensa de este mes, la vida decidió que era momento de un cambio, y en esta ocasión al llegar al súper, mi sorpresa fue su ausencia del pasillo de bienvenida. Busqué y busqué sin éxito aquél uniforme azul y al no encontrarlo, pensé: “Creo que tendré que esperar otro mes”.

Pero no tuve que hacerlo. En aquél descuidado local de tacos me topé con su mágica sonrisa vestida aún en su uniforme azul de trabajo, mirándome fija y disimuladamente sobre los hombros de sus amigos.

Jamás habíamos pasado tanto tiempo mirándonos. Jamás nos habíamos declarado tantas sonrisas. No había pasillo en el cual dar la vuelta. No había más lugar al que ir. Estábamos ahí. Platicando. Comiendo. Y sin dejar de mirar...

No tiene mayor ciencia una historia como la que les relato. Seguramente a más de uno le ha sucedido algo similar.
La duda que me ataca en estos momentos, es si debo o no dar el siguiente paso después de tan obvia demostración de interés mutuo. La última vez que me sucedió algo parecido, logré una llamada telefónica, que se convirtió en horas de plática. Una cita, y por último un café.

Una plática personal e íntima, bastó para destrozar la ilusión y hacerme caer en la realidad.
¿Qué clase de cosa es la que sucede en la cabeza que nos hace suponer que una sonrisa y una cara bonita son suficientes para relacionarte con alguien?

No es algo que me haya pasado una sola vez... y aunque los resultados no hayan sido los deseados en el pasado, debo aceptar que por enésima vez, esto no me detendrá.

Cuando salí de la taquería, me despedí con una mirada que no pudo haber sido mejor correspondida... y que mantuvimos hasta el último segundo cuando el coche arrancó dejando atrás el momento.

Esperaré al 1 de noviembre para ir por la despensa. Cuando entre y vea tu sonrisa de nuevo, sabré que hacer. ¡Probaré suerte de nuevo!.. Y que esa sonrisa se convierta en lo que se deba de convertir!...

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